Por: Gabriel Moreno Montoya
«El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza»
Arturo Jauretche
Quizás una de las cuestiones centrales de los momentos políticos sea la presencia de manera clara, aunque suene esto algo paradójico, de la entraña histórica y contingente a partir de la cual se elaboran las relaciones sociales en su más amplio sentido. Las evidencias y las certidumbres ceden ante las crecientes muestras de que las instituciones no son unidades monolíticas, sino elaboraciones que, de alguna manera, responden a relaciones de poder: tanto si estas significan la creación de instituciones al servicio de unos cuantos o re-configuraciones que marcan un derrotero al servicio de las mayorías.
Estos momentos de incertidumbre también abren paso a las preguntas sobre el funcionamiento de nuestras instituciones, por ejemplo: ¿Por qué es importante algo así como el Tribunal Constitucional?, ¿cuáles son los mecanismos para entrar en un proceso de nuevas elecciones?, ¿cuál es la importancia de una Constitución?, ¿por qué el servicio de agua tendría que encontrarse en manos del privado? Sin embargo, estas interrogantes no vienen como ideas en abstracto, como elementos que se encuentran en nuestra mente. La presencia de esto significa, como lo estamos viendo, un cuestionamiento que se muestra como una práctica política: salir a las calles para mostrar nuestro descontento frente a la creciente privatización de los servicios públicos como el agua o frente al uso del Tribunal Constitucional para fines meramente privados —tanto para una élite de políticos como para un grupo de corporaciones—. Lo que muestran los momentos políticos es, de alguna manera, la presencia de lo público como un campo de batalla: tanto si lo público se refiere a las diversas dimensiones del Estado o a espacios más allá de este. Con esto no digo que el terreno esté puramente abierto, ya que décadas de mediaciones neoliberales han construido sentidos comunes en favor de un discurso “emprendedor” como de una reacción “conservadora”.
En este escenario de incertidumbre sobre el proyecto nacional y local se contraponen una serie de intereses y voluntades que pugnan por darle sentido a lo que se encuentra en crisis. He podido ver dos respuestas frente a la crisis que me parecen problemáticas, en tanto muestran estrategias que nos podrían dejar en un camino sin salida. A la primera la llamo la salida reduccionista o identitaria, porque a partir de su estrategia pretende elaborar un sujeto puro más allá del poder, identificando al poder como un mecanismo que oculta la “verdad” de las cosas. Para los que apuestan por esta salida, lo que estamos viviendo ahora, esta pugna por el Tribunal Constitucional y la disolución del Congreso es un mero “espectáculo”, algo así como una “farsa” a la cual debemos contraponer la “verdadera” acción “revolucionaria”. Este camino al final de cuentas nos deja una alianza con los sectores “puros” de la sociedad, con aquellos que han podido “salir” de la “alienación” rampante. Por otro lado, tenemos una respuesta que la llamo la salida procedimentalista. Esta salida pone como único núcleo de la discusión la transparencia de los procedimientos, lo que tenemos son instituciones puramente neutrales, sin ningún tipo de mediaciones políticas, que toman decisiones más allá de los marcos del poder. Afirman un proyecto meramente institucionalista, ya que apuestan por las instituciones en abstracto, no como elementos dinámicos que deben ser puestos en las coordenadas de las necesidades de las mayorías, sino en cambio como entes que deciden sin tener en cuenta ningún tipo de contexto de poder (paradójicamente estas instituciones se desenvuelven en estos contextos). Este último proyecto lo encarnan muy bien algunos juristas de la PUCP, quienes ante el problema de la elección del Tribunal Constitucional llamaban a la transparencia de los procedimientos, pensando en que la transparencia de estos procedimientos iba a redundar automáticamente en el complejo bienestar social. Estas dos salidas muestran un único rostro: son salidas donde el poder debe ser un mecanismo a ser eliminado, ya que este es un elemento impuro tanto para los “verdaderos” intereses del pueblo como para los “transparentes” procedimientos.
Acaso debemos ir más allá de estas dos respuestas, no tanto establecer algo así como una “tercera vía”, ya que no hay ningún punto medio que no se incline hacia algún lado. Lo que podríamos elaborar es una respuesta frente a estas dos opciones que responden a la misma estrategia esencialista. Desde este punto de vista este momento político no es una farsa o un espectáculo del cual debemos reírnos desde nuestras “casas”, afirmando nuestra “moral” “revolucionaria”, ni tampoco producto de un fallo procedimental que debemos salir a partir de mecanismos transparentes; sino en cambio, un escenario medianamente politizado donde se da la oportunidad de levantar las banderas de justicia social que históricamente han sido relegadas, así como la oportunidad de un momento constituyente. Estamos en un momento donde las cosas no están cerradas, sino que, en cambio, muestran una mediana apertura para trabajar de manera urgente en romper un consenso sobre la relación entre Estado y mercado que se elaboró desde los noventa con Fujimori y continuó de manera muy particular a partir de otras gramáticas luego de su caída. Y en un momento político es necesario reavivar de manera colectiva y popular las pasiones alegres como la esperanza, a pesar de Spinoza, yendo más allá del nihilismo al que nos quieren condenar los que sostienen aquellos “grandes” discursos.
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